En el vasto campo de la filosofía, el estudio de las facultades humanas y sus movimientos interiores ha sido un tema recurrente a lo largo de la historia. Uno de los conceptos que ha sido objeto de análisis profundo es el de lo concupiscible, una facultad que, en el marco de la filosofía escolástica, especialmente en la tradición tomista, se relaciona con los deseos y apetitos sensibles del ser humano. Este artículo explorará a fondo qué es lo concupiscible en filosofía, desde sus orígenes hasta su aplicación en el análisis del alma humana.
¿Qué es concupiscible en filosofía?
En filosofía, especialmente en la tradición escolástica, el concupiscible es una de las tres potencias o facultades de la alma vegetativa y sensitiva, junto con el irascible y el racional. El concupiscible se encarga de mover al hombre hacia los objetos que le son agradables y alejarlo de los que le son desagradables. Este movimiento no es irracional, sino que está relacionado con el apetito sensible, es decir, con los deseos que nacen de la percepción sensorial.
Un ejemplo clásico es el deseo de comida cuando se tiene hambre o el deseo de compañía cuando se siente soledad. Estos deseos no son solo biológicos, sino que también tienen un componente filosófico, ya que son movimientos internos que reflejan la naturaleza del ser humano como animal racional y sensible.
El papel del concupiscible en la estructura del alma humana
Dentro de la filosofía tomista, San Tomás de Aquino divide el alma humana en potencias vegetativas, sensitivas y racionales. Las potencias sensitivas, a su vez, se dividen en el concupiscible y el irascible. Mientras que el irascible se relaciona con el enfrentamiento a lo difícil o peligroso, el concupiscible se encarga de acercarse a lo deseable o placentero.
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Esta distinción no solo tiene un valor teórico, sino que también es clave para entender la acción humana. El hombre no actúa solo por razón, sino que también por apetitos y deseos. El concupiscible, por tanto, es un motor fundamental en la vida práctica, ya que impulsa al hombre hacia lo que percibe como bueno o agradable.
El concupiscible y la moral
Una cuestión importante en la filosofía moral es el equilibrio entre el apetito sensible y la razón. En muchas tradiciones filosóficas, especialmente en la ética aristotélica y tomista, se considera que la virtud consiste en la adecuada regulación de los apetitos por parte de la razón. El concupiscible, si no está controlado, puede llevar al hombre a actos viciosos o a la corrupción moral.
Por ejemplo, el deseo desmedido por el placer puede llevar a la intemperancia, o el deseo descontrolado de posesiones puede llevar a la avaricia. Por tanto, entender el concupiscible es clave para comprender cómo el hombre puede llegar a la virtud a través de la moderación y la guía de la razón.
Ejemplos de apetitos concupiscibles en la vida cotidiana
Algunos ejemplos claros de apetitos concupiscibles incluyen:
- El deseo de comida o bebida cuando se tiene hambre o sed.
- El deseo de descanso o comodidad.
- El deseo de compañía o afecto.
- El deseo de belleza o estética.
- El deseo de placer sexual.
Estos deseos no son en sí mismos malos, pero pueden volverse problemáticos cuando no están regulados por la razón. Por ejemplo, el deseo de comida puede llevar a la gula si se convierte en un exceso descontrolado.
El concupiscible y la estructura de la acción humana
En el marco de la filosofía escolástica, el hombre actúa por medio de su voluntad, que es una potencia racional. Sin embargo, la voluntad no actúa en el vacío; está influenciada por los apetitos sensibles, entre los que se encuentra el concupiscible. Esto significa que nuestras decisiones no solo dependen de la razón, sino también de nuestros deseos y apetitos.
Por ejemplo, una persona puede saber racionalmente que es mejor estudiar, pero su concupiscible puede empujarla a ver televisión. Es aquí donde entra en juego la virtud de la fortaleza o la prudencia, que ayudan a equilibrar el apetito sensible con la razón.
Diferentes tipos de apetitos concupiscibles
Según la filosofía escolástica, los apetitos concupiscibles pueden clasificarse en dos tipos principales:
- Apetito de bienes corporales: Incluye deseos como el hambre, la sed, el sueño, el placer sexual, etc. Son apetitos que buscan lo que es agradable para el cuerpo.
- Apetito de bienes espirituales: Incluye deseos como el afecto, el conocimiento, la belleza, la verdad, etc. Son apetitos que buscan lo que es agradable para el espíritu.
Ambos tipos son necesarios para la vida humana, pero deben ser regulados por la razón para evitar la corrupción moral.
El concupiscible en la filosofía de Aristóteles
Aunque el término concupiscible no es utilizado directamente por Aristóteles, su análisis de las pasiones y apetitos en la *Ética a Nicómaco* sentó las bases para este concepto. Aristóteles distingue entre el deseo (epithymía) y el temor (phóbos), que pueden considerarse equivalentes al concupiscible y al irascible, respectivamente.
Según Aristóteles, el hombre virtuoso es aquel que logra equilibrar estos apetitos con la razón. Por ejemplo, el hombre intemperante es aquel que se entrega sin control a los deseos, mientras que el hombre temperante es aquel que los domina con prudencia y virtud.
¿Para qué sirve el concupiscible en filosofía?
El concupiscible tiene un papel fundamental en la filosofía, ya que permite entender cómo el hombre actúa en el mundo no solo por la razón, sino también por apetitos y deseos. Este concepto es clave en la ética, ya que ayuda a explicar por qué los hombres pueden caer en vicios o, por el contrario, alcanzar la virtud.
Además, el estudio del concupiscible permite comprender mejor la naturaleza humana. El hombre no es solo un ser racional, sino también un ser sensible, con deseos y apetitos que deben ser regulados para alcanzar la felicidad y el bien.
El concupiscible y el irascible: dos caras de un mismo apetito
Aunque el concupiscible y el irascible son dos potencias distintas, ambas pertenecen al ámbito de los apetitos sensibles y están estrechamente relacionadas. Mientras que el concupiscible empuja al hombre hacia lo deseable, el irascible lo empuja a superar lo difícil o peligroso.
Por ejemplo, el concupiscible puede impulsar a alguien a buscar el afecto, mientras que el irascible puede impulsarle a defenderse ante una amenaza. Juntos, estos apetitos forman la base de la acción humana y son esenciales para entender la psicología filosófica.
El concupiscible y su papel en la teología cristiana
En la teología cristiana, especialmente en la tradición tomista, el concupiscible no solo es un fenómeno filosófico, sino también teológico. San Tomás de Aquino considera que el hombre, como criatura caída, tiene una naturaleza concupiscible que puede llevarle a la tentación si no está regulada por la gracia divina.
Este concepto es fundamental para entender la necesidad de la gracia en la teología cristiana. La gracia permite al hombre controlar sus apetitos y actuar de manera virtuosa, superando así las inclinaciones naturales que podrían llevarle al pecado.
El significado del concupiscible en la filosofía
El concupiscible es una facultad que refleja la naturaleza dual del hombre: por un lado, es un ser racional que busca la verdad y el bien; por otro, es un ser sensible que siente deseos y apetitos. Esta dualidad es esencial para entender la complejidad de la acción humana.
En este sentido, el concupiscible no es solo un motor de acción, sino también un punto de tensión entre lo natural y lo sobrenatural, entre lo sensible y lo racional. Comprender este concepto permite una mejor comprensión de la ética, la psicología y la teología.
¿Cuál es el origen del término concupiscible?
El término concupiscible proviene del latín *concupiscibilis*, que a su vez deriva de *concupiscere*, que significa desechar o deseo. Este vocabulario se usaba en la filosofía antigua para describir los movimientos del alma hacia lo deseable. En la filosofía escolástica, especialmente en el pensamiento de San Tomás de Aquino, este concepto fue desarrollado y aplicado al análisis de la estructura del alma humana.
El uso del término refleja la importancia que se le daba a los apetitos sensibles en la comprensión de la naturaleza humana. Así, el concupiscible no es solo un concepto filosófico, sino también un legado del lenguaje filosófico medieval.
El concupiscible y el apetito sensible
El concupiscible puede considerarse una forma específica del apetito sensible, es decir, del deseo que nace de la percepción sensorial. A diferencia del apetito irracional, que actúa sin intervención de la razón, el apetito sensible puede ser regulado por la razón, lo que permite al hombre actuar de manera virtuosa.
Este concepto es fundamental para entender cómo el hombre puede actuar de manera racional a pesar de estar influenciado por sus deseos y apetitos. La virtud, en este sentido, es el resultado del equilibrio entre razón y apetito.
¿Qué relación tiene el concupiscible con el pecado?
En la teología cristiana, el concupiscible es considerado una fuente potencial de pecado, especialmente cuando no está regulado por la razón o la gracia. El pecado, en este contexto, no surge únicamente de la maldad, sino también de la falta de control sobre los apetitos sensibles.
Por ejemplo, el deseo de placer puede llevar a la intemperancia, o el deseo de posesión puede llevar a la avaricia. Estos son vicios que surgen cuando el concupiscible actúa sin la guía de la razón o la gracia divina.
Cómo usar el concepto de concupiscible y ejemplos de uso
El concepto de concupiscible puede aplicarse en múltiples contextos, como la ética, la teología, la psicología filosófica y la teoría de la acción. En la ética, por ejemplo, se usa para explicar por qué los hombres pueden caer en vicios si no regulan sus apetitos. En la teología, se usa para explicar la necesidad de la gracia divina para superar las inclinaciones naturales hacia el pecado.
Un ejemplo de uso podría ser: El hombre pecador no actúa solo por maldad, sino también por la influencia desordenada del concupiscible, que lo empuja hacia lo que le es agradable sin control de la razón.
El concupiscible y la educación moral
La educación moral tiene como uno de sus objetivos principales enseñar al hombre a regular sus apetitos, incluyendo el concupiscible. Esto implica no solo instruir sobre lo que es bueno o malo, sino también ayudar al individuo a desarrollar la fuerza de voluntad necesaria para controlar sus deseos.
En este sentido, la educación moral no solo es intelectual, sino también práctico-disciplinaria. El niño debe aprender a diferir el placer, a resistir la tentación y a actuar con virtud, incluso cuando su concupiscible le empuje hacia lo contrario.
El concupiscible en el arte y la literatura
El concupiscible también ha sido un tema recurrente en el arte y la literatura. Muchas obras clásicas exploran los conflictos internos que surge entre los deseos del hombre y la razón. Por ejemplo, en la literatura medieval, se encuentran numerosos ejemplos de personajes que caen en el pecado debido a la influencia del concupiscible.
Estas representaciones no solo son artistas, sino también filosóficas, ya que reflejan la tensión entre lo sensible y lo racional que es inherente a la condición humana.
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